jueves, 10 de julio de 2008

La página 153

Era jueves y estaba inconciente hacía ya 2 días. Había decidido desmayarse.

La hoja seguía fresca en la máquina de escribir, a mitad de camino de convertirse en la página número 153 de su nueva novela.
No había alcanzado a darle de comer a su gata, la cual revolvía ansiosamente la bolsa de basura buscando algo que masticar.

Había dos sobres al pie de la puerta, descansando al final de un camino labrado de la ranura a la alfombra, entre el polvo del suelo.
Uno decía 'urgente' en el remitente y al dorso estaba firmado por un doctor. En el interior se encontraba el resultado de su último examen que decía que tenía una masa inquieta en medio de uno de sus pulmones. Cáncer. Células rebeldes, masa asimétrica, anárquica, depredadora de grandes hombres.

El otro sobre contenía una notificación de algún banco acerca de algún cheque que había rebotado o algo así.

Su cuerpo estaba a mitad de camino entre la cocina y el sillón, tirado panza arriba. Desparramado en una forma casi poética. Tenía solo una media puesta y con el pie desnudo había pateado al caer una botella de vino que se había desparramado por el suelo, alcanzando un ejemplar de 'el almuerzo desnudo' y tiñéndolo de rojo sangre.

'No tengo espacio en el contestador porque todas la mujeres a las que dejé quieren vengarse', así comenzaba la página 153.

Estaba en calzoncillos, de musculosa blanca y con 56 años de duras penas encima. Su cara tenía dibujada una sonrisa de lo más extraña, que incluso dejaba ver algunos de sus dientes amarillos asomando entre los labios.

Era su primera sonrisa en meses.

Había tenido suerte con las cartas y con la venta de su última novela, gracias a un pequeño juicio por difamación que le inició su ex esposa y que adquirió una notoriedad muy inusual que lo puso en todos los noticieros en horario central durante algunas semanas.

La televisión estaba encendida, como de costumbre, y en ella un señor de traje intentaba convencer a la humanidad de las virtudes de algún jabón de lavar ropa.

La heladera estaba repleta de botellas de cerveza de distintas marcas, que esperaban.

La gata ahora se paseaba por entre los borradores arrugados de la novela que empapelaban el piso por superposición.

Ya eran las 20 y los últimos rayos del sol arañaban el horizonte. Afuera, en la calle, una mujer estaba siendo asaltada por otra mujer con buena pinta y dos taximetristas se peleaban por un pasajero. Un perro perseguía un gato y otro perro revolvía en la basura del edificio.

Un policía dormía placidamente dentro de un auto y los restaurantes empezaban a prender las cocinas. El mundo seguía girando y la gente viviendo o muriendo a su manera, pero él había decidido tomarse un descanso.

Estaba casi seguro que despertaría para el sábado. Tenía que ir a firmar libros a una librería céntrica y necesitaba el dinero. Siempre necesitaba el dinero.

Ya era plena noche cuando la gata decidió que sería mejor dejarlo solo y saltó por la ventana.

Empezaba a levantar un poco de viento, que agitaba dulcemente la hoja de la máquina de escribir, como si la estuviera arrullando. Tembló y luego se dobló, recostándose sobre el teclado de la máquina.

El reloj marcaba las 21 y en la tele estaba comenzando el famoso debate entre Chomsky y Foucault que estaba repitiendo la televisión holandesa.

Él se lo iba a perder de nuevo.-

No hay comentarios: