martes, 2 de septiembre de 2008

La escalera, la puerta y las arañas - Historia de coraje desperdiciado

decidí bajar sin ganas por la escalera de caracol, por ese espiral infernal que lleva a los avetureros a lo más profundo de su inconciente. al llegar al último peldaño, me encontré una puerta muy grande, de hierro. acusaba el paso de los años, y evidentemente no habían sido buenos con ella. la cantidad de óxido formaba una película gruesa por delante de lo que antes había sido un glorioso y noble metal. un par de decenas de arañas habían hecho de las esquinas su hogar y me miraban curiosas y expectantes. asustaba un poco. el piso era de madera y crujía en cada paso. como voces implorando clemencia. lamentos perpetuos.
miré hacia atrás. tenía ganas de volver, de desandar lo andado. de arrepentirme de nuevo.
coloqué la mano sobre la puerta. seguía con ganas de irme. el corazón me latía muy rápido.- lo tenía en la garganta. las piernas se transformaban en agua. temblaban. empujé la puerta. nada. empujé con todas mis fuerzas. nada. todo mi peso contra la puerta. tomé un poco de distancia.
la mirá de arriba a abajo. arremetí contra ella. nada. solo un hombro magullado. las arañas se reían. el polvo se reía. a mi me dolía el hombro. miré hacia arriba. a veces el coraje se desperdicia.
puse el pie izquierdo sobre el útlimo escalón, que ahora era el primero.
llegué hasta el principio de la escalera, que ahora era el final.
apagué la luz y me fui.
a veces el coraje se desperdicia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es esta historia Stanley, la redondez sobre imperceptible línea de circunferencia. Cada paso, cada movimiento, el golpe de ti contra la puerta, inscriptos en esa tenue línea, en la cual caben tus moretones, la risa de las arañas y una reflexión sobre el coraje. Muy bueno.
Un abrazo de xavier