martes, 18 de diciembre de 2007

Diario 'El Día' - 12 de diciembre de 1919

Querido lector:
No se me ocurre otra forma de empezar esta carta que diciendo que lo siento. Os advierto que lo que vais a leer en estas líneas no será bonito ni fácil de comprender pero siento una necesidad imperiosa de hacerlo público.
Transitando por el ocaso de mis días, ocaso de un año definitivamente peligroso, me encuentro enfrentado con el deseo de sincerarme: no fui yo. Nunca fui yo. Recordad eso, descreído lector.
Ante la necesidad de reparar un corazón maltrecho, herido y agonizante logré encerrarme en mis dominios y practicar la autoindulgencia por un rato. Fue así que entendí que el infierno es uno mismo, y no los otros y que el ego y la vanidad, sentimientos harto rechazados por quien escribe este humilde testamento literario, pueden ser unos muy buenos aliados en tiempos difíciles como estos. Y así me dediqué de lleno a ellos.
Y así fue que la conocí a ella, en un rapto libidinoso en que el amor propio surgió por generación espontánea y me susurraba al oído los pasos que debía ir tomando a cada momento. Ella era inocente pero no tenía un pelo de tonta. Enseguida supo lo que quería y como conseguirlo. Y yo estaba pronto, en el lugar y momento indicados y con el hambre justa.
Nunca le mentí, eso debo decirlo. Me ofreció un lugar cálido donde apoyar el hombro y borrar la imagen de amante olvidado, de amante innecesario, de amante de sobra. Y lo logró. Al menos por un rato... Y me sentí vivo de vuelta. Y ahí la dejé. Desapareció 3 días después. Ese fue mi primer asesinato. Debo admitir que en el momento no lo sentí como propio, pero la sucesión de eventos que relataré cambiaron mi perspectiva al respecto.

Clara estaba sola, pero no quería estarlo y le gustaba mucho pintar. Me llevó a su casa y entre revistas y recortes de diarios viejos me dijo que me amaba. Yo le agradecí el gesto, me vestí y dejé el lugar. Nadie supo nunca más de ella. Ese fue mi segundo asesinato. La culpa empezaba a surgir como un manto lúgubre y asfixiante que cubría todo lo que hacía.

Cuando junio llegó, Julia dejaba un trabajo para meterse en otro y saltaba de cama en cama sin encontrar el más mínimo placer en lo que hacía. Me tomó de la mano y me invitó a su casa. Conmigo se sentía a salvo, me dijo. Intenté advertirle pero esta vez no pude. Cuando ella estaba más segura, y cómoda entre mis piernas que nunca, logré que pasara de un sueño a otro, mezclando barbitúricos con alcohol. Tercer asesinato. Como un relámpago de lucidez, como un atisbo de conciencia la gravedad de los hechos me golpeó. Y sentí miedo, terror de ser un mensajero de alguien más poderoso, de estar empujando ovejas desde el acantilado sin que ellas lo sospecharan...
Dejé de alimentarme y de salir por un tiempo, pero me duró poco. Volví a seducirlas, a buscarlas y a matarlas...
Y es así que la lista sigue, continúa hasta un insólito y elevado número.

Verás lector, casi como si fuera un juego, fui entretejiendo una red difícil y entreverada en la que quedaron atrapadas las más nobles almas que fueron víctimas de un deseo que no iba a germinar, de un deseo ectópico y fuera de tiempo. Ofreciendo algo que no tenía. Engañándolas subrepticiamente y empujándolas a un destino espantoso.

Pero no fui yo, nunca lo fui, os juro! Ni soy yo quien escribe estas lineas confesorias, no soy yo. Cuando el ocaso llegue definitivamente, me vas a encontrar sentado al borde de algún camino y con ganas pedirles perdón... Cómo no me detuve antes?? Cómo fui tan egoísta??
Esta carta debería tener otro destinatario y por eso os pido disculpas ya que os entreveré en un asunto del que ahora ya sois parte.

Debo confesaros que me es inevitable enfrentar el suicidio como salida fácil. Cargo con una culpa con la que ya no puedo cargar. No sé si algún día podré perdonarme. No sé si tendré el valor para apretar algún gatillo. No lo sé.

Como final de mi testamento, debo agregar que mentí. Siempre fui yo y por eso es que sufro. Oh, la agonía!!! Perdón, perdón preciosas...

Espero podais entender. Espero me perdonen.

(Montevideo, 10 de noviembre de 1919).

Nota: Esta carta fue hallada en un cuarto de hotel de la parte céntrica de la ciudad de Montevideo, el 10 de diciembre del presente año, junto al cuerpo colgante y sin vida de un hombre. Nunca se supo su nombre ni su nacionalidad. Nadie reclamó su cuerpo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

basta de gente que decide morirse. basta, en serio.

f l º dijo...

incipiente año nuevo
incipientes nuevas ganas de escribir.





besop